Emma parece llevar una vida tranquila: no le gusta planchar, apenas cocina, no tiene tiempo para hacer deporte y vive con Nico desde hace nueve años. Se siente cómoda en su zona de confort y no se hace preguntas para ignorar que los primeros síntomas de una gran crisis asoman tibiamente. Hasta que se cruza en su camino un hombre que lo hace tambalear todo: Alexis, doce años mayor que ella, atractivo, seductor, poco convencional y casado. Él comienza a flirtear, ella acepta el reto, y se produce la combinación perfecta para que surja una relación imperfecta. Ambos se convierten en el conde Vronsky de Tolstói y la Emma Bovary de Flaubert. Del conformismo, ella pasa al bovarismo, ese no estar contenta con la realidad, el anhelar una vida construida sobre ensoñaciones. 

La relación en la que se embarcan Emma y Alexis pronto los conduce por caminos peligrosos. La satisfacción sexual, el desenfreno, y las sombras de una tragedia familiar reciente que atormentan a Alexis, hacen que ella pase sin darse cuenta al enganche emocional, a sentirse una "maldita yonqui sexual destrozada y desdibujada". Cuando los sentimientos entran en escena, Emma comienza a sentir las consecuencias físicas y emocionales del affaire, que abren un precipicio del que no sabrá o no querrá alejarse. En mitad de la tormenta, Emma tendrá que imaginar finales para su historia y elegir el mejor.

"Los detalles de cómo, o de qué exactamente, imagino que deberían quedarse para nosotros dos, para Alexis y para mí, confiando en que nuestros recuerdos guardarán a buen recaudo una versión más o menos fiel de lo que pasó. Deberían quedarse en nuestras mentes y jamás abandonarlas... Y, sin embargo, aquí están mis palabras al respecto."