Nicaragua, 1979.

Algunos meses después de la revolución sandinista de julio de 1979, se reúnen en un restaurante argentino en Managua, Ramón, Armando y Santiago. Recordaban los gritos de júbilo y la entrada triunfal de la caravana de los muchachos del frente. Para ellos, exiliados argentinos, luchar en la guerra nicaragüense era asistir a un país hermano y apoyar a todos los movimientos de liberación de América Latina. No podían permitir que el dictador regresase a Nicaragua desde su exilio en Paraguay. Ramón, el cabecilla del grupo, siembra la idea de estudiar sus movimientos hasta asesinarlo.

En medio de la guerra, una niña de once años vive tiempos inquietos; su rutina diaria se ve deteriorada por los tiroteos y bombardeos que riegan muertos por las calles de Managua mientras —allende las fronteras— hay una cohesión internacional para derrocar el gobierno de Anastasio Somoza.

La Historia (con mayúsculas) elige a Ligia y, entre sus afectos primarios, se encuentra el General Anastasio Somoza. La novela entra en la cocina de una dictadura, un espacio de difícil acceso, pero con una mirada que se desdobla: una niña inocente que no tiene elección y ve explotar la guerra ante sus ojos. Para develar ese mundo íntimo, la autora hace una re-lectura de su propio pasado utilizando la auto narración. A medida que transcurre el tiempo, ella misma deberá revisar lo ocurrido y descubrir lo que vivió en la infancia: detrás de ese hombre que la quería había un tirano. Esas reflexiones acaban por prestar un servicio a los lectores: conocer los entresijos de uno de los hombres más odiados en la historia de Nicaragua, primero con los ojos de una niña y luego con la mirada de una mujer.