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(Dostoievski, Petersburgo, Plaza Semenowsk, 22 de diciembre de 1849). El ruido de los sables, las voces de mando a lo largo de las casamatas, han turbado su sueño en medio de la noche. En lo desconocido pasan lúgubres y fantasmales sombras. Esas sombras le empujan por un camino estrecho, largo, inmensamente largo. Se oye el chirrido de un cerrojo. Se abre una puerta. Entonces puede vislumbrar el cielo, y un viento helado le abofetea el rostro. Aparece un carro, negro como el abismo. Y las sombras le empujan hacia aquel abismo.

En La puerta en la pared, H.G. Wells nos introduce en la vida de Lionel Wallace, un hombre que desde su niñez ha sido obsesionado por una puerta misteriosa que una vez encontró en un muro anodino de la ciudad. Wells nos lleva por una historia donde los anhelos, las decisiones y el arrepentimiento se entrelazan en una narrativa llena de nostalgia y maravilla.

Este audiolibro es la crónica de primera mano del intento de Serena Williams de regresar a la primera línea del tenis tras dar a luz a su hija, y también un análisis cultural de la atleta femenina más importante de su tiempo. Su biografía examina quién es ella tanto dentro como fuera de la cancha, y para ello el autor se convierte en su sombra a lo largo de toda la temporada 2019, desde Melbourne y el Open de Australia hasta Roland-Garros, Wimbledon y US Open.

George Fotheringay, un hombre corriente con una vida sin demasiados sobresaltos, se encuentra con una habilidad asombrosa: puede hacer milagros con sólo un pensamiento. Lo que comienza como un juego se transforma en una serie de eventos que podrían cambiar el destino de la humanidad.

La tercera entrega de la magistral La trilogía de Nueva York. Con la misteriosa desaparición de Fanshawe, amigo de la infancia del narrador de la historia, éste recibe la extraña petición de decidir cuál de los manuscritos que Fanshawe escribió a lo largo de los años es merecedor de ser publicado. Mientras se sumerge en la obra de su amigo, irá absorbiendo también sus vivencias.

Este relato corto cuestiona la moralidad de dos amigos dublineses, Lenehan y Corley. Mientras deambulan por las calles de Dublín, su diálogo revela un plan: Corley ha convencido a su enamorada, una criada, para que robe de sus empleadores y le dé el dinero a él. Lenehan, es partícipe del plan. Joyce pinta con detalle la atmósfera urbana y captura el lenguaje vivo de la calle. El relato culmina con la anticipación tensa de Lenehan por la señal de éxito de Corley, que llega cuando este último finalmente exhibe un objeto robado, simbolizando la corrupción y la explotación en las relaciones humanas.

Este relato es un viaje fascinante al corazón de la eternidad, desafiando las concepciones tradicionales de la vida y la muerte. Este relato captura la existencia de un ser excepcional, cuya inmortalidad lo convierte en testigo de la evolución de la humanidad y de sus ciclos interminables de alegría y desesperación. A través de una narrativa envolvente y rica en simbolismos, el autor explora los límites del deseo humano, la soledad eterna y la búsqueda de significado en un mundo transitorio.

En esta novela el autor nos traslada al siglo sexto a. C. a la ciudad de Tartessos en el sur de la península ibérica, siendo su principal caudillo Argantonio, que tiene a su servicio multitud de mercenarios de distintos pueblos de la península. Entre estos mercenarios están Sembeles y su primo Alongis, que se enamora en una fiesta de Nefele, una bailarina y quiere comprársela a su amo, pero no tiene dinero para hacerlo. Unos mercenarios celtas al darse cuenta, le proponen que les ayude a encontrar la tumba de un rey, que está llena riquezas que repartirán con él.

Philip y Donald, dos buscavidas residentes en el peligroso distrito de Starkhell, sobreviven gracias a un sucio trabajo: ayudan a cometer crímenes. Durante años han logrado actuar sin ser descubiertos, pero de repente un hecho los asalta: antiguos clientes a los que ayudaron comienzan a aparecer muertos en una serie de extraños suicidios. ¿Casualidad? ¿Hay alguien detrás? Tendrán que descubrirlo antes de convertirse en las próximas víctimas.

FEAT DESC

Hace poco se ha cumplido el quinto centenario del descubrimiento de lo que se llamó en su día el mar del Sur, ni más ni menos que el océano más grande del mundo: el océano pacífico. Sin embargo no parece que nadie recuerde que el 25 de septiembre de 1513 un hidalgo extremeño fue el primer europeo que vio desde lo alto del cerro ese mayor océano del mundo , al que muchos historiadores llamaron “El lago español”.

Nos hallamos en el siglo XX y ante un mundo que ya no tiene secretos, en el que no quedan tierras por descubrir ni mares por surcar. Países cuyos nombres, en la anterior generación, eran apenas conocidos, se encuentran hoy sojuzgados por Europa, sirviendo a sus necesidades. Los barcos se remontan, actualmente, hasta las fuentes del Nilo, que durante infinidad de tiempo se buscaron en vano. Las cataratas Victoria, que un europeo contempló por primera vez hace medio siglo; producen ahora energía eléctrica.

En medio de los bailes, de los galanteos, de las intrigas y de las discusiones del Congreso de Viena, la noticia aterradora cae y estalla como una bala de cañón: Napoleón, el león prisionero, ha destrozado su jaula de Elba. Uno tras otro van llegando los mensajes: ha conquistado Lyón y ha expulsado al Rey; las tropas de fanáticas banderas corren a su encuentro; ya está en París, en las Tullerías. Han sido inútiles Leipzig y los veinte años de una guerra homicida.

Juan Augusto Suter, natural de Rynenberg, cerca de Basilea, de treinta años de edad. Tiene un gran interés en poner el vasto océano entre su persona y los tribunales europeos de justicia. Acusado de quiebra fraudulenta, de robo, de falsificación, ha abandonado a su esposa y a sus tres hijos menores. Sirviéndose de documentos falsos, se ha proporcionado en París algún dinero. Y ahora emprende el viaje, en busca de una nueva existencia.

Cuando durante la caída del imperio romano, los bárbaros se hicieron con la menorá, candelabro de siete brazos del templo de Salomón, va a contagiarse el desánimo entre la comunidad judía. Tiene que recuperarse su símbolo nacional y religioso a cualquier precio. Y es la historia de la persona que va intentar recuperar ese objeto sagrado, la que constituye el meollo de la historia narrada como siempre con la meticulosidad a que nos tienen acostumbrados el señor Zweig.

El periodista de La pluma de Dumbo, convencido de que algún día sería un gran escritor, escucha un comentario cáustico de su hijo sobre la gran novela que nunca llega; en Inodoro, un electricista se queda dormido en la casa vacía donde está trabajando, y al despertar, una chica de voz seductora lo llama desde el lavabo; el joven basurero de «Ultraje», abandonado por su mujer, convierte por una noche el camión de la basura en un barco pirata.

Una guapa y elegante mujer le en un mirador bajo la protección de una sombrilla, levantando la vista de vez en cuando para observar la belleza del mar que tiene delante. Recibe la visita de un antiguo amigo que no esperaba en el ámbito de la mutua confianza que se tenían, confiesan ambos sus sueños de juventud y como la vida les fue separando.

El último territorio del antiguo imperio romano fuera de Europa era Constantinopla una ciudad de grandes murallas y fortaleza protegida. Pero la presión turca para invadirla cada vez era mayor y el sultán Mehmed II está completamente obsesionado con capturar la ciudad que identifica con el símbolo de la cristiandad.

Hace cien años, en plena Gran Guerra, partió de Zürich un tren que hizo descarrillar el curso de la Historia. Stefan Zweiglo definió como un proyectil cargado de explosivos humanos y, yendo aún más lejos, Winston Churchill se refirió a uno de esos "explosivos" como el arma más terrorífica de todas las que Alemania había lanzado contra Rusia hasta entonces. Porque, en palabras del que fuera primer ministro británico, aquel tren transportaba "en un vagón sellado herméticamente, cual bacilo de la peste", nada menos que a Lenin.

(Goethe entre Karlsbad y Weimar, 5 de septiembre de 1823). Era el 5 de septiembre de 1823. Una silla de posta rodaba lentamente por la carretera que conduce de Karlsbad a Eger. La mañana aparecía envuelta en los primeros fríos otoñales, el viento azotaba con violencia los rastrojos y el cielo se extendía límpido hasta las lejanías del horizonte.