Nací en Sevilla, al sur de España. Un chaval de padres trabajadores. De los que no tienen nada más que las ganas y la otra mejilla. Currantes. Honrados. No eran perfectos, pero me enseñaron lo que ellos creían que era lo bueno y lo malo. Al final no importa lo que digan, porque como cualquier niño, lo que terminas haciendo es copiar casi todo lo que hacen tus padres, de forma consciente o no. También lo que hacen tus amigos (que respecto a sus padres hacen lo mismo), el entorno, lo que ves en televisión o lo que oyes por ahí. Yo, como la mayoría, asumí cosas que estaban al revés. Algunas ideas fijas, inmutables, que no lo eran. Algunos conceptos acerca del trabajo duro y del dinero escaso, que tampoco lo eran. Podría haberte contado muchas cosas hace varios años, igual que hacen unos colegas cuando se juntan y protestan por cómo está el cotarro en general. Esa típica conversación que se te olvida cuando vuelves al trabajo o a tu rutina habitual. Pero los seres humanos somos muy materiales, cuando alguien te habla desde los resultados, desde el lugar al que tú quieres llegar, lo que te dice se te queda pegado como un chicle en la mente. No sé desde dónde me lees o me oyes, pero creo que ahora puedo hablarte así.
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