Detrás de la historia de un grupo de niños que se van haciendo adultos, en un medio ciertamente rural y nada “burgués”, se desenvuelve la buida penetración de este liridaque, en el fondo, como decía García Márquez, es el escritor que aprehende la realidad desde su entraña, y no epidérmicamente. Las sencillas aventuras de algunos pequeños, con sus juegos y costumbres cotidianas, en un medio natural, le permiten, al autor, desenvolver sus ideas poéticas ante la aparición de Dámaso, un encantador de estrellas, y, en realidad, un maestro en fuegos artificiales, que conducen al autor a develar la fugacidad del mundo, precisamente revelada por esos niños que devienen en una suerte de pequeños profetas, y cuyos pensamientos y acciones, que chocan con las necedades de los mayores, dan lugar a reflexiones tan hondas como la siguiente: “¡Para qué habrán inventado a los adultos, si para que el mundo gire, basta con los niños!” Se trata, pues, de las incongruencias de los espectáculos que ofrecen los “mayores” –borrachos, jugadores, estafadores, incumplidos con sus obligaciones domésticas-; todo lo cual atormenta a los infantes que, conforme van creciendo, descubren las imperfecciones de aquellos que pretendían devenir en paradigmas.

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